Esta no es una edición más de los premios de El Comercio. No lo es por mucho que todos los aquí presentes intentemos bañar de necesaria normalidad este acto y, no lo es, sobre todo, porque en este teatro que hoy nos acoge hay una butaca especialmente vacía.
Todo lo que esta tarde ha tenido lugar en este escenario fue, seguro, milimétricamente diseñado por el director Marcelino Gutiérrez, una persona buena, un profesional honesto y un periodista de los pies a la cabeza. En días como hoy, su ausencia, su silencio, es especialmente ruidoso.
Lo que hoy se premia es el esfuerzo y la brillantez de cinco personas y una empresa que encajan a la perfección en eso que coloquialmente denominamos como ‘hacer ciudad’. Esa es la función a la que dedicó buena parte de su vida Marcelino, cuya figura suma hoy, en una cita tan pertinente como esta, un homenaje más.
El periodismo es un oficio que, ejercido con responsabilidad y rigor, enriquece y dignifica las sociedades, las potencia. Los buenos periodistas viven de contar las cosas y se hacen grandes por la forma en que las cuentan. Primero desde la sala de máquinas y más tarde desde el timón de la nave, Marcelino Gutiérrez hizo casa y jardín en ese reducido espacio de excelencia, esa parcela reservada a unos pocos profesionales capaces de acertar sin ambages a la hora de fijar el rumbo. Lo hizo y lo mantuvo sin grandes alardes, como si se tratara de un tripulante más y no de un capitán que mereció el cariño y respeto de todos los que le tratamos. Siempre elegante, consciente de cuál era su lugar, un saber estar propio de quien prefiere que sea su trabajo y no sus palabras las que acrediten sus valores.
Aquellos que le trataron en una redacción coinciden en destacar que Marcelino tenía esa virtud escasa de hacerte pensar, de generar de las dudas confianza en uno mismo. Desde mi posición como Alcaldesa, puedo decir que siempre que Gijón necesitó al director de El Comercio, Marcelino Gutiérrez estuvo. Pocas cosas definen mejor lo que significa ser un líder.
La grandeza de una ciudad se mide por los nombres de quienes, con su buen hacer, son capaces de ponerla ante el mundo. Se mide en la inspiración que supone para tantas niñas y mujeres una deportista como Natasha Lee; en la valentía y visión del artista Edgar Plans; en el compromiso social de la Fundación Vinjoy, personificada en su director, Adolfo Rivas. La grandeza de Gijón se mide por la sensibilidad con las raíces y el buen hacer de Nacho Manzano y también por la cabeza privilegiada y brillante de María Ángeles Gil Álvarez, y el liderazgo de empresas como Normagrup Technology.
No tengo ninguna duda de que esta cabecera, historia viva de Gijón, sabrá absorber y defender a través de sus páginas estos valores que hoy premia, de igual manera que preservará el oficio que tan alto y tan bien representó Marcelino Gutiérrez, un director que hizo de un periódico con 145 años de historia un lugar todavía más grande y, en consecuencia, una ciudad mejor.
Muchas gracias al diario por estos premios y mi más sincera felicitación a todos los galardonados.