Por acuerdo de Junta de Gobierno de 13 de octubre de 2015, decidimos otorgar el nombre de Plazoleta de Agustín José Antuña Alonso, al emplazamiento situado entre las calles Salamanca, Rosario y el callejón de Nava, lugar en el que hoy nos encontramos rindiendo un sentido homenaje al abogado y político asturiano, al primer presidente de la Junta General del Principado y al recordado decano del Colegio de Abogados de Gijón.

Aquí, al barrio alto de nuestra ciudad, a Cimavilla, vuelve hoy Agustín Antuña; lugar donde dejó su impronta como decano de los letrados gijoneses y donde adquirió un edificio para poner en marcha la Escuela de Práctica Jurídica.

Nacido en La Felguera un 19 de marzo, llegó a Gijón con tres años. Estudiante brillante, premio extraordinario fin de carrera en la Universidad de Derecho, inició su trayectoria profesional como jurista de gran reconocimiento.

En 1975 se iniciaba un nuevo ciclo en la historia de España. El deseo de establecer un régimen de libertades, de integrarse en las corrientes de apertura que experimentaban las sociedades europeas y el anhelo de participar en el ilusionante proceso de la construcción de Europa, todo ello, en suma, se aunó para que los ciudadanos españoles protagonizaran uno de los fenómenos de cambio más significativos de la historia europea del presente siglo.

En aquel trance histórico, y parafraseando a Salvador de Madariaga, “los españoles escogieron la libertad como la esencia misma de la vida”.

Un conjunto admirable de hombres públicos en la España de entonces, pertenecientes a las más diversas fuerzas políticas y sociales, hizo posible el éxito de la aventura de la libertad y de la democracia restauradas.

Personas como Adolfo Suárez y Torcuato Fernández Miranda fueron sin duda destacados artífices de la transición española facilitando la aprobación de la Constitución española de 1978. Con ella se instaura el nuevo Estado de las Autonomías y el reconocimiento de la pluralidad territorial y lingüística.

En esos años, Agustín Antuña era cabeza de lista al Ayuntamiento de Gijón por la UCD, siendo concejal y jefe de la oposición, cargo que compaginó con el de Presidente de la Diputación Provincial de Oviedo. El 6 de marzo de 1982, y al amparo de la reciente Constitución se aprueba el Estatuto de Autonomía del Principado de Asturias, con el cual la Diputación se integra en la Administración Autonómica transformándose en la Junta General del Principado de Asturias y convirtiéndose Agustín Antuña en su primer presidente, puesto que ocupa hasta el 14 de enero de 1983.

Si Adolfo Suárez y Torcuato Fernández Miranda fueron los destacados artífices de la Transición española, Agustín Antuña fue un centrista clave en la Transición en Asturias. Fue sin duda uno de los dirigentes que, desde una posición que él mismo definió como “neutral y centrista”, más contribuyeron a poner en pie las instituciones autonómicas asturianas en los tiempos inaugurales de la democracia.

Pero no solo resulta elogiable su trayectoria política, que la vivió como una tarea de Estado, sino también sus años como letrado, faceta que el mismo calificaba como “mi verdadera vocación”.

Y es que Agustín Antuña aunó sus dos vocaciones, la jurista y la política para ponerlas al servicio de nuestra región.

Llegó a desempeñar cargos de importancia no sólo en el Colegio de Abogados de la ciudad sino también en Madrid, dentro del Consejo General de la Abogacía, institución en la que aún se le recuerda por su lucha a favor de los derechos de los letrados gijoneses. Participó en la llegada de la Audiencia Provincial a Gijón, inaugurando la sección séptima de este tribunal, la primera que se situaba fuera de Oviedo y que en un principio se desdobló para atender asuntos tanto penales como civiles. Más tarde desempeñó diversos cargos como el de decano del Colegio de Abogados de Gijón, consejero del Consejo General de la Abogacía, vicepresidente de la Cámara de la Propiedad Urbana de Gijón y, desde 1980, patrono-fundador de la Fundación Príncipe de Asturias. También fue fundador del Foro Jovellanos, del que además llegó a ser presidente durante cuatro años.

Nuestro querido Aurelio Menéndez señaló en una ocasión la similitud entre Torcuato y Jovellanos, como ilustres que siendo políticos clamaron por la evolución de una nación como una transición sin violencia. Hago extensiva esta afirmación a Agustín Antuña que sin duda dejó una imborrable impronta en nuestra región y en nuestra ciudad.

El reconocimiento de hoy no es comparable a las innumerables condecoraciones que recibió Agustín Antuña, pero es lo mínimo que la ciudad puede devolverle a su familia -su mujer y sus cinco hijos-.