Asistí hoy a un acto de esos que merece la pena disfrutar ahora y recordar siempre, como es la recuperación de uno de los rincones más entrañables de nuestra ciudad, de los más queridos y, me atrevería a decir, hasta de los más necesitados.

Volver a ver abierto el Café Dindurra es una sensación tan agradable, como frustrante fue verlo cerrado hace sólo unos meses. Parecía que la ciudad había perdido el pulso, que le faltaba algo de su vitalidad natural, que carecía de ese espacio donde nos encontrábamos a gusto los gijoneses, que habíamos quedado un poco huérfanos al faltarnos un sitio que era punto de encuentro social.

 

Me atrevo a afirmar que en el Café Dindurra palpita el corazón de Gijón, el centenario y el actual, y que su cierre bloqueó el ritmo cardíaco de la ciudad. Carecimos durante los últimos meses de un lugar excepcional para la cita con los amigos, para la tertulia entre colegas, para reunir a abuelos, padres e hijos en torno a una mesa, para juntar sillas en forma de tertulia, para jugar al ajedrez, para discutir sobre la ciudad. Hasta para permanecer en silencio observando a través de los ventanales el paso de nuestros convecinos.

 

Para todos nosotros el Café Dindurra es algo más que un café histórico y que un edificio protegido. Es la genealogía de los nuestros, donde nuestros abuelos y abuelas charlaron, compartieron, disfrutaron y comentaron. Donde nuestros padres se refugiaban mientras jugábamos en Begoña y donde las generaciones actuales hemos podido saborear el café en un ambiente distintivo, de época, entre columnas palmeras, sobre mesas de mármol.

Atravesar la puerta giratoria era para mi generación penetrar en un ambiente especial de referencias históricas y de estética modernista que el tiempo convirtió en rupturista, por lo que tenía de cambio respecto al resto de los locales hosteleros.

Al penetrar en el café Dindurra la mente viajaba en el tiempo y te transportaba a un ambiente evocador de la modernidad. La entrada de los clientes les convertía en protagonistas pues eran observados, aunque, una vez asentados en su mesa, se convertían en observadores. Permanecer un rato en el café te permitía disfrutar simultáneamente del murmullo interior y del trasiego exterior, por un paseo que se ha convertido en la columna vertebral de nuestro centro urbano.

Por mucha intención que tuviera de pasar a la historia con su teatro y otras iniciativas señaladas, no podía imaginar el empresario gijonés Manuel Sánchez Dindurra que su nombre iba a permanecer tan ligado a la ciudad, tan impreso en la memoria de los gijoneses.

Abrir el Café Dindurra supone sumar 38 empleos, algo muy de celebrar en una época como está en que toda la sociedad libra una lucha contra el paro.

Me alegro que el Grupo Gavia haya visto la oportunidad que encerraba el Dindurra y haya acometido la transformación del local dentro de los estrechos márgenes que dejaba un inmueble protegido.

Por eso valoramos el esfuerzo que ha hecho el Grupo gijonés para recuperar un espacio que constituye, sin lugar a dudas, una seña de identidad de nuestra ciudad, una referencia singular de Gijón de la que todos nos sentimos tan orgullosos.

El Dindurra tiene 115 años de existencia, y con el lifting realizado está preparado para vivir otros 115. Fiel testigo del siglo XX gijonés, tiene salud para contar la crónica del siglo XXI.

Que todos lo veamos,